Todos sabemos, que sacar adelante sola a tus cachorros, con tantos enemigos cerca, no es una tarea fácil para ninguna mamá Guepardo. Con suerte, de los cuatro o cinco que puede tener en cada parto, solo uno suele sobrevivir, de media, y llegar a adulto. Por ello, cuando una mañana nos los encontramos, nuestro corazón dio un vuelco. Los contamos varias veces, por si, al estar tumbados juntos, nos habríamos equivocado en la distancia, pero no, frente a nosotros teníamos a una mamá y sus cuatro cachorros.
Lentamente, como siempre, nos acercamos y esperamos a que se despertaran de la siesta del mediodía. Mientras el tiempo pasaba, otro coche que se encontraba a unos metros del nuestro, decidió seguir con su Safari, así que, una vez mas, nos quedamos solos con ellos. Transcurrida una hora y media, y cuando el calor del mediodía daba paso a la brisa del atardecer, algo comenzó a moverse entre los arbustos. Uno de los cachorros se despertó, y poco a poco, los otros le siguieron. Eran tres machos y una hembra.
Mientras los cuatro se acariciaban y jugaban entre ellos, su madre se incorporó y se quedó mirando en la distancia. Nosotros seguimos la dirección de su mirada para ver qué estaba observando, pero no vimos nada en la llanura que nos rodeaba. Ella continuaba inmóvil oteando. Al cabo de unos segundos, se acercó a cada uno de sus cachorros como si les susurrara algo, y lentamente se puso en camino, con los cuatro tras ella. La tarde comenzaba a caer, y era un buen momento para cazar, pero qué, si no había ni una sola gacela hasta donde nos alcanzaba la vista?
Decidimos seguirlos, despacio y a distancia, ante la decisión de la madre que no dejaba de caminar. De repente se detuvo, y tras ella, los cuatro cachorros lo hicieron al instante. Qué estaba ocurriendo? Nosotros hicimos lo mismo y decidimos coger nuestros prismáticos y mirar en su dirección. Atónitos, vimos a tres gacelas que, muy a lo lejos, estaban pastando. Pero, cómo las había visto ella a ras de suelo, si nosotros habíamos necesitado los prismáticos y la altura del coche para poder divisarlas? Quizás la brisa, que soplaba a su favor le había hecho llegar su olor?
Todo estaba claro ahora. Su intención era llegar hasta las gacelas y cazar. La distancia hasta ellas era mucha, e iba a necesitar de paciencia y discreción para alcanzarlas sin ser vista, y con cuatro cachorros detrás. Entonces, mientras Ray arrancaba el coche de nuevo para seguirlos, ocurrió algo increíble: ella se volvió hacia nosotros y en su mirada percibí una súplica: “No me sigáis, si lo hacéis no podré cazar”. Le dije a Ray que parara el coche. Su mirada me recordó al instante, una de las normas que dice que si las gacelas ven un coche parado cerca, sospechan que hay un guepardo y huyen. Y nosotros sabemos, que cazar o no para un guepardo, puede ser vital para ella y para sus crías. Ray paró el coche al momento, y cuando el ruido del motor cesó, ella se volvió de nuevo en dirección a las gacelas. Emocionados, y deseándole toda la suerte en su propósito, cogimos los prismáticos y seguimos la escena desde el coche.
Así, vimos como los cuatro cachorros permanecían tumbados en la hierba, observando atentamente los movimientos de su madre, que cada poco se ocultaba, antes de continuar su aproximación a las gacelas. Estas, con el viento en contra, y entretenidas pastando, permanecían ajenas a lo que estaba a punto de ocurrir. Eran tres, una mamá con su cría y otra sola. A por cual iría? Los brazos nos dolían de sujetar los prismáticos, pero no podíamos dejar de contemplar la escena. Era la primera vez que asistíamos a una cacería de guepardos y la emoción podía mas.
Escogió a la que se encontraba sola y, cuando consideró que la distancia era la adecuada, emprendió la carrera, mientras la gacela, sorprendida, hacia lo mismo. Parecía que no lo iba a conseguir, pero poco a poco el espacio entre ellas se fue acortando, hasta que lo logró. Había calculado con total precisión, la distancia y la dirección que la gacela iba a tomar. A continuación, los cachorros salieron tras ella y nosotros con ellos, aún atónitos, ante lo que acababámos de presenciar.
Cuando llegamos, ella aún tenia el cuello de la gacela en su boca, y uno a uno les fue cediendo el sitio a ellos, para que hicieran lo mismo y aprendieran. Cuando los cuatro terminaron, comenzaron a comer, mientras nosotros los observábamos en silencio y con la emoción de lo que acabábamos de vivir, juntos. Así continuamos los ocho, hasta que el sol se puso y tuvimos que regresar.
Siempre he sentido especial predilección por los guepardos, pero esa tarde, cuando su mirada y la mía se cruzaron, me sentí, como nunca antes, parte de esta maravillosa naturaleza y mi respeto y admiración por estos increíbles animales siempre me acompañará.
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