Desde mi primer viaje a Africa, hace ya 22 años, soñaba con vivirlo. Consciente de la dificultad de lograrlo, en cada Safari, lo imaginaba una y otra vez. Ellos, mis queridos Guepardos, siempre nos habían regalado momentos mágicos, pero yo soñaba con «el momento».

Cuando la noticia «falsamente contada», de una turista en uno de estos encuentros, dio la vuelta al mundo, las probabilidades de conseguirlo se redujeron  hasta lo imposible, pero aún así, yo continuaba confiando sin imaginar que en este Safari, mi sueño se haría realidad.

Nuestra salida al amanecer, ya fue especial. El objetivo era buscar Guepardos. Todos estábamos preocupados. En contra de lo habitual, sólo habíamos encontrado a una mamá con su cachorro. Ni rastro de ningún otro. Así las cosas, los cuatro coches del lodge decidimos salir a buscarlos, juntos. Con las indicaciones de Dennis (Responsable del Serengeti Cheetah Project), y la ayuda de Mikel, un amigo guía de Ray, que recorrió una distancia considerable para unirse a nosotros, comenzamos el Safari. 

La emoción, mientras nos dirigíamos al lugar, se mezclaba con la preocupación: Y si tampoco estaban allí ? Qué les habría ocurrido? Apartando las dudas de nuestros pensamientos, nos concentramos en buscar en todas direcciones, como siempre. Cada coche controlaba una zona de la inmensa pradera e informaba al resto. Al cabo de un par de horas, la radio empezó a sonar y todo cambió. Primero cuatro, luego tres, dos…así hasta un total de 14, en diferentes grupos y a no mucha distancia unos de otros. Increíble. 

Disfrutamos todo el día junto a ellos, con la emoción contenida al saber que estaban bien. Cuando la tarde se aproximaba, nos fuimos quedando solos, y como  último momento juntos, decidimos acercarnos al grupo de tres hermanos, para despedirnos. Lentamente nos aproximamos y Ray detuvo el coche mientras ellos, tumbados en la hierba, nos miraban. En un susurro les dimos las gracias por su compañía y les dijimos adiós deseándoles buena suerte. Cuando ya nos disponíamos a marchar, uno de ellos se incorporó, nos observó y se encaminó hacia el coche. Mientras le veíamos acercarse, un pensamiento nos paralizó: sería el momento? Sin darnos tiempo a reaccionar, miró el capó del coche y de un ágil salto, se subió. 

Conteniendo la respiración, le observamos, mientras él lo recorría y nos miraba a través del cristal. Después, dirigió su mirada hacia el techo subido del coche y, entonces lo supe: Estaba a punto de vivir mi sueño. Esperé a que se subiera y asomara su cabeza por el hueco, justo encima de la mía. Los dos nos miramos a escasos centímetros. Sus intensos ojos naranja me observaron unos segundos, mientras yo no podía, ni quería, dejar de mirarle. Me hizo un gesto de aviso para ver mi reacción, y al observar mi calma, se relajó. A continuación intentó subir al techo, pero resbaló y decidió quedarse unos minutos más, sentado, observando la pradera. Nosotros, incapaces de decir nada, esperamos a que decidiera bajarse, para iniciar el camino de vuelta, conmovidos por lo que acabábamos de vivir.

Aún hoy, cada vez que observo las fotografías  y recuerdo el momento, la emoción me puede.

Lo que África y su vida animal en libertad, me regalan en cada encuentro, me llenan el alma. 

Gracias, mis queridos Dumas por hacer realidad mi sueño. Siempre, GRACIAS.