Cuando os hablé de la mamá Avefría Coronada y sus polluelos, os comenté que tras disfrutar de su compañía y dejarlos sanos y salvos, al menos por ese día, tuvimos la suerte de ver algo que nunca antes habíamos visto en ninguno de nuestros Safaris.

Dejábamos el lecho del río donde ellos estaban, y nos dirigiamos de vuelta al lodge dando por finalizado el Safari. La luz era escasa a esa hora de la tarde y nos estábamos preparando para disfrutar de un nuevo atardecer cuando, de repente, algo se movió frente a nuestro coche. Fue muy rápido, pero el tiempo suficiente para gritar: un «Caracal». Todos miramos en la dirección en que había desaparecido tras la maleza, sin creer lo que habíamos visto, y dudando de nuestro acierto por lo raro del encuentro. Pero cuando lentamente nos acercamos al lugar, en un pequeño hueco, junto a un seto estaba tumbado intentando pasar desapercibido, un precioso Caracal.  Era la primera vez en mi vida que veía uno de cerca y todos nos quedamos observándolo sabiendo lo increíble del momento. Incluso para Ray, nuestro guía, fue algo nuevo.

Nos permitió disfrutar de su compañía un par de minutos y luego, lentamente desapareció tras la maleza como había aparecido, dejándonos absolutamente emocionados. Todos comentamos la suerte que habíamos tenido de pasar por ese lugar en ese preciso momento. Unos segundos antes o después no habríamos visto nada, y todos nos miramos y sonreímos sabiendo que la suerte hay que buscarla y ganársela, y ese día nosotros nos la habíamos ganado.

Estas dos fotos que os muestro, aunque no muy buenas por la escasa luz, son suficientes para apreciarlo y recordar el momento.