Ya en una ocasión os mostramos un vídeo de una mamá leona con dos cachorros y ya me consideraba muy afortunada por la suerte de haberlo vivido, pero ni por un momento me habría imaginado, lo que en este último Safari, tres Leonas y sus pequeños, nos iban a regalar.

Cuando planeamos el recorrido, algo en mi interior me decía que debíamos cambiarlo. Que prefería estar más días en un mismo lugar y disfrutar de lo que nos pudiera ofrecer, sin prisas ni traslados. La decisión suponía el riesgo de «perder» esos días, como mis acompañantes temían. Pero nada pudieron hacer para que cambiara de opinión, y al final, cedieron. Así empieza este increíble viaje.

Las descubrimos la primera tarde, tras un aviso de un amigo de Ray, en la pequeña, pero magnífica, madriguera que habían escogido para ocultarse ellas, y sus ocho cachorros. Dos de ellas tenían tres, y una, dos. Los pequeños tenían algunos días de diferencia, pero lo extraordinario era la sincronización de sus madres para dar a luz y la perfecta unión entre ellas para cuidarlos. Siempre había una cuidándolos, mientras las otras, o cazaban, o se turnaban para comer la pieza que tenían oculta en otro matorral cerca de la madriguera. Los pequeños, curiosos como todos los cachorros, intentaban asomarse por los huecos entre los arbustos, pero un leve sonido de su madre, o una mirada, bastaba para que volvieran a ocultarse.

Pero, como la paciencia siempre tiene su recompensa, al cabo de un rato les dejaron salir, a jugar, fuera de ella. Cuando los vimos aparecer uno tras otro, ante la atenta mirada y control de sus madres y tumbarse frente a nosotros, el tiempo se detuvo y nosotros con el.

Cada día los buscábamos al amanecer y al atardecer, para asegurarnos de que todos estaban bien como si nosotros pudiéramos hacer algo al respecto, pero así lo sentíamos y, cuando comprobábamos que todos lo estaban, después de contemplarlos un rato, continuábamos con nuestro Safari para no molestarlos, o regresábamos al lodge.

Una tarde, cuando llegamos, algo había cambiado. Cinco de los pequeños seguían en la madriguera, pero estaban solos. Ni rastro de las tres leonas, ni de los otros tres cachorros. Un nudo se nos hizo en el estómago y la preocupación por lo que pudiera haberles pasado, empezó a ponernos nerviosos. Pronto empezaría a anochecer y nosotros tendríamos que regresar al lodge. Nos miramos unos a otros y, aunque intentábamos convencernos de que habría alguna explicación, no conseguíamos tranquilizarnos. Si la noche llegaba y sus madres no aparecían, los cinco cachorros tenían pocas probabilidades de sobrevivir. Los tres lo pensamos a la vez, y decidimos quedarnos con ellos, cuidándolos, confiando que alguna de las leonas, volviera. Al cabo de casi dos horas, y cuando la noche empezaba a caer, una silueta apareció a lo lejos, cruzando la llanura. Era una de las leonas que, lentamente, se dirigía hacia nosotros. Un suspiro de alivio y emoción nos devolvió la calma. Pero, donde estaban las otras dos? Y los otros cachorros? Decidimos esperar a ver lo que ocurría, mientras ella se acercaba. Al llegar junto a nosotros, nos miró fijamente y tras unos segundos, entró en la madriguera. A través de los huecos de las ramas, vimos cómo fue saludando uno a uno a los cachorros como si los contara y cuando comprobó que estaban todos, se relajó y se tumbó con ellos unos minutos.

Nosotros, en silencio, seguíamos preguntándonos qué estaba sucediendo cuando, de repente, se levantó, salió, y con una llamada, los pequeños salieron tras ella. Bajaron por la ladera para beber un poco, los dejó jugar unos minutos y entonces supimos lo que estaba ocurriendo cuando, muy lentamente, comenzó a alejarse de la madriguera con ellos: los estaba trasladando de lugar. Sin duda ella era la mayor de las hermanas, y la encargada de llevarse a los cinco. Emocionados los vimos alejarse y cruzar la pradera. La noche estaba a punto de caer y nosotros debíamos volver. Con la emoción de lo vivido y la esperanza de que todos estuvieran bien, nos volvimos al lodge. Al amanecer intentaríamos buscarlos de nuevo.

Así lo hicimos, con el único punto de referencia de donde los vimos desaparecer la noche anterior. Un coche cruzó en dirección contraria sin encontrarlos, pero nosotros decidimos continuar la búsqueda, revisando los arbustos con calma. No podía haber ido muy lejos con cinco cachorros y al anochecer. Esa era nuestra esperanza cuando, al pasar junto a uno que, por su tamaño y forma, pudiera albergarlos, una pequeña parte del lomo de una leona se clareó entre los arbustos. Allí estaban. Pero todos? Los pequeños comenzaban a despertarse y se oía movimiento dentro. Una leona salió y se acercó a nuestro coche. Se detuvo a escasos dos metros y nos miro fijamente, mientras nosotros permanecíamos inmóviles y en silencio. Al cabo de unos segundos que parecieron eternos (los que habéis visto a una leona de cerca, sabéis de lo que hablo), y esta estaba con sus cachorros, lentamente se volvió hacia los pequeños que, a una llamada suya, comenzaron a salir para sus juegos diarios. Nos habría reconocido? Nosotros en nuestra emoción así lo creímos, y que nuestro desvelo de la tarde anterior tenía su recompensa, hoy. Sus hermanas también salieron y así comprobamos que todos estaban a salvo, un día más, y los momentos que compartieron con nosotros esos días, jamás los olvidaremos.

El cariño y las caricias que se hacían entre ellas, el cuidado de cada una para con sus cachorros y para con los de los de las demás. La paciencia y ternura hacia los pequeños. La curiosidad de estos que cada vez se acercaban un poco más a mirarnos, mientras ellas descansaban como si supieran que con nosotros estaban seguros. Sus juegos, sus gruñidos, sus caritas. Sus primeros días comiendo carne… Cada momento con ellos fue mágico, y nosotros, los más felices del mundo.

Aquí os dejamos algunos de ellos.